El cuerpo como divinidad
La noción de cuerpo en la institución nombrada Iglesia católica se
ha conceptualizado mediante el uso de la imagen, en tanto aparato
de reclutamiento espiritual. Durante la historia de esta institución, es
evidente la estrategia de propaganda, conquista y control que se ejerce
desde su imaginería:
"Para el creyente, no hay poder alguno mayor que el de su dios. Al construir su imagen de la divinidad, el devoto lo comprende como Sujeto semiótico primigenio y es precisamente en su capacidad de semiosis donde el dios manifiesta su poder. (Mandoki. 2004; 247)"
La imagen del cuerpo se confecciona a semejanza de Dios, de ahí que el cuerpo del hombre sea el de Dios. Al designar la semejanza del cuerpo individual con el cuerpo de Dios se crea una especie de condición o control sobre el cuerpo de los individuos, ya que el individuo debe cumplir con los designios de semejanza del ser superior. Dentro de su concepción corpórea a partir de la imagen de Dios, es notorio que el cuerpo femenino es excluido o reducido, por el masculino, el cual se asemeja al de Dios, mientras el cuerpo femenino se convierte en producto remanente de lo masculino. Eva surge de una costilla de Adán. La afirmación de este hecho por la palabra de Dios es un acto de inversión en el orden natural de la concepción, donde la mujer como hembra es la matriz de la reproducción. El acto de Dios invierte el orden natural de lo femenino con respecto a lo masculino, re-configura una nueva cartografía en el orden social donde el hombre, como cuerpo primario, contiene el poder. El cambio de orden social del matriarcado al patriarcado queda resuelto en una suerte de cambio de papeles corpóreos. Con respecto a lo sexual el cambio de poder se refleja en la inversión del acto de procreación por el de penetración. Para los integrantes de esta Institución la imagen del cuerpo no es una construcción del hombre, sino un diseño a partir de la visión de Dios. La imagen femenina difiere de la masculina en cuanto al sexo, ya que la imagen de la virgen, tomada desde el aspecto sexual, basa su cualidad divina en su naturaleza inmaculada, donde la mujer se conserva casta. De esta forma, la imagen de la virgen se transforma en un símbolo de pureza y divinidad. La pureza, en este sentido, se adquiere por medio de la ausencia del sexo. El control en el cuerpo individual se evidencia en el concepto de “virgen”, por medio de esta imagen la iglesia como institución ejerce un control manifiesto en la vida sexual de la mujer, dotándola de divinidad en el acto de evitar la penetración. La ausencia del coito dota de poder divino al cuerpo femenino al mismo tiempo que esta promesa de pureza y poder, reclama una condición sexual que evidencia el control sobre la sexualidad de la mujer.